19 jul 2013

Reseña: Crónicas marcianas, Ray Bradbury

Título: Crónicas marcianas
Autor: Ray Bradbury.
Año de publicación: 1945.

Sinopsis: Esta colección de relatos recoge la crónica de la colonización de Marte por parte de la humanidad que huye de un mundo al borde de la destrucción. Los colonos llevan consigo sus deseos más íntimos y el sueño de reproducir en el Planeta Rojo una civilización de perritos calientes, cómodos sofás y limonada en el porche al atardecer.
Pero su equipaje incluye también los miedos ancestrales, que se traducen en odio a lo diferente, y las enfermedades que diezman a los marcianos.
Conforme a su concepción de lo que debe ser la ciencia ficción, Bradbury se traslada al futuro para iluminar el presente y explorar la naturaleza humana. Escritas en la década de los cuarenta, estas deslumbrantes e intensas historias constituyen un canto contra el racismo, la guerra y la censura, destilando nostalgia e idealismo. Ray Bradbury se consolidó como escritor con esta obra, ahora un clásico de las letras norteamericanas, con su estilo rico, inmediato y conmovedor, que ha valido el apelativo de poeta de la ciencia ficción.

«Crónicas marcianas» es la historia, la recopilación de relatos, que consolidó a Ray Bradbury como uno de los íconos y clásicos de la literatura de ciencia ficción, tanto estadounidense como mundial. Personalmente no considero que deba ser tratado como una colección de relatos, para mí es la novela (una novela corta) de la colonización de Marte y de las consecuencias que esto trae. Es llamado colección de relatos porque está narrado casi a modo de bitácora, los sucesos tienen distintos protagonistas y ocurren a lo largo de varios años (empieza culminando el milenio –1999– y termina a mediados de la segunda década del 2000 –2026–). Así es como comenzamos desde el lanzamiento del primer cohete y de cómo éste llega a Marte y se le presenta a la señora K en forma de sueño (ella siente que es un sueño); lamentablemente la primera expedición no termina bien. Ni la segunda, ni la tercera. La cuarta fue la vencida (y por mera casualidad, puesto que la tercera es aniquilada por los marcianos de una forma metafísicamente angustiante). Para no dañar la suerte que representa y lo irónico que resulta cómo la raza marciana es diezmada a tal punto que debe exiliarse, no diré qué es lo que pasa...

Bradbury presenta un estilo rico en imágenes de todo tipo (en el primer capítulo logra llevarte con su exageración a sentir el calor que expulsa el cohete, un calor de tal magnitud que logra que en la tierra sea verano por unos instantes cuando están en pleno invierno en el norte). Y algo que creo es una excelente forma de introducirnos a los marcianos es el hecho de que parecen humanos: no físicamente, sino que Bradbury no busca crear una sociedad épica con un montón de nuevas cosas por añadir y que explicarte. Prefiere la simplicidad de decirnos que son seres pequeños de una piel oscura y ojos rasgados, y que sus ciudades son majestuosas y su cielo azul, sus casas son de cristal y que hacen ciertas labores domésticas (como limpiar) lanzando unos polvillos metálicos que parecen mágicos. Es un punto a favor porque no hace que el lector se desvíe de la intención de la historia, de lo que él quiere decir: ¿qué pasaría si nosotros como raza nos descubriéramos con un nuevo mundo al que someter? ¿Cometeríamos los mismos errores? ¿Respetaríamos a la raza que estuviese allí antes?

[Dos marcianos hablando]—Soñé con un hombre —dijo su mujer.
—¿Con un hombre?
—Un hombre alto, de un metro ochenta de estatura.
—Qué absurdo. Un gigante, un gigante deforme.
—Sin embargo... —replicó la señora K buscando las palabras—. Y... ya sé que creerás que soy una tonta, pero... ¡tenía los ojos azules!
—¿Ojos azules? ¡Dioses! —exclamó el señor K—. ¿Qué soñarás la próxima vez? Supongo que los cabellos eran negros.
—¿Cómo lo adivinaste? —preguntó la señora K excitada.
El señor K respondió fríamente:
—Escogí el color más inverosímil.
—¡Pues eran negros! —exclamó su mujer—. Y la piel, ¡blanquísima! Era muy extraño. Vestía un uniforme raro. Bajó del cielo y me habló amablemente.
—¿Bajó del cielo? ¡Qué disparate!

Así, el autor nos lleva con su lenguaje sencillo y accesible a conocer estas crónicas que utiliza para alertar a la humanidad, diciéndole hacia donde vamos. Otro punto muy importante dentro de esta novela que narra la colonización de marte es la utilización de la angustia metafísica; hacerte sentir la soledad y la nostalgia a través de varias escenas repartidas a lo largo de la historia. Personalmente considero como una de las más angustiantes el penúltimo capítulo, en donde narra una casa del futuro (que tiene una especie de vida propia) que está abandonada: le habla a ningún amo, prepara desayuno para nadie, limpia la casa para nadie, pone a reproducir poemas para nadie; es decir, la humanidad ha desaparecido de la faz de la Tierra y ella sigue y sigue y sigue y sigue puesto que para eso ha sido diseñada. Nos grita lo prescindibles que somos para las cosas que creamos y para la Tierra misma, que puede continuar viviendo con mucha tranquilidad sin nosotros.

Y el final, en donde mediante una metáfora nos grita que nosotros mismos somos unos marcianos. No todos, pero algunas personas por su comportamiento, forma de ver la vida y escala de prioridades, son unos alienígenas dentro de la raza humana misma. Quizá yo sea el único que lo vea de esa manera, pero para eso están las historias, para tener cada uno una visión distinta de ella.

—Pensé en ellos. En ellos que nos miran mientras hacemos el ridículo.
—¿Ellos?
—Los marcianos, muertos o vivos.
—Muertos, la mayoría al menos —dijo el capitán—. ¿Usted cree que saben que estamos aquí?
—¿Acaso lo más viejo no se entera siempre de la llegada de lo nuevo.
—Quizás. Habla como si creyera en los espíritus.
—Creo en las obras, y hay muchas obras en Marte. Hay calles y casas, e imagino que también habrá libros, y grandes canales, y relojes, y cuadras, si no para caballos quizá para animales domésticos de doce patas, ¿quién sabe? En todas partes veo cosas usadas. Cosas que fueron tocadas y manejadas durante siglos.
»Si usted me pregunta si creo en el espíritu de las cosas usadas, le diré que sí. Ahí están todas esas cosas que sirvieron algún día para algo. nunca podremos utilizarlas sin sentirnos incómodos. Y esas montañas, por ejemplo, tienen nombres. Nunca nos serán familiares; las bautizaremos de nuevo, pero sus verdaderos nombres son los antiguos. La gente que vio cambiar estas montañas las conocía por sus antiguos nombres. Los nombres con que bautizaremos las montañas y los canales resbalarán sobre ellos como agua sobre el lomo de un pato. Por mucho que nos acerquemos a Marte, jamás lo alcanzaremos. Y nos pondremos furiosos, ¿y sabe usted qué haremos entonces? Lo destrozaremos, le arrancaremos la piel y lo transformaremos a nuestra imagen y semejanza.

Sobre el autor

Ray Bradbury nació el 22 de agosto de 1920 en Waukegan, Illinois, fue un ávido lector en su juventud además de un escritor aficionado. No pudo asistir a la universidad por razones económicas. Para ganarse la vida, comenzó a vender periódicos. Posteriormente, se propuso formarse de manera autodidacta a través de libros, comenzando a realizar sus primeros cuentos. Sus trabajos iniciales los vendió a revistas, a comienzos del año 1940. En 1947, se casó con Marguerite McClure (1922–2003), con quien tuvo cuatro hijos. Dice que para escribir «Fahrenheit 451» alquiló una máquina de escribir y originalmente era un cuento de 25.000 palabras.

Murió el 5 de junio de 2012 a la edad de 91 años en Los Ángeles, California. A petición suya, su lápida funeraria, lleva el epitafio: «Autor de Fahrenheit 451». (Tomado de Wikipedia)

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