Autor: Ted Dekker.
Año de publicación: 2003.
Sinopsis: Kevin Parson va conduciendo a altas horas de una noche de verano, cuando de repente suena el móvil. Alguien que se identifica como Slater le dice con voz entrecortada: «Vamos a jugar a un jueguecito, Kevin. Tienes exactamente tres minutos para confesar tu pecado al mundo. Si te niegas, el coche que llevas saltará por los aires». A Kevin le entra el pánico. ¿Quién haría una llamada así? ¿De qué pecado habla? Se baja del vehículo. Justo tres minutos después, una enorme explosión mete a todos en una guerra contra la locura. Justo después, Kevin recibe otra llamada. Otro acertijo, otro ultimátum, otra bomba –una más grande– si no confiesa su pecado. En compañía de la agente del FBI, Jennifer Peters, y de Samantha Sheer, del CBI, Kevin corre todo lo que puede para ganarle a Slater en su propio juego, pero Slater siempre le lleva la delantera. Las amenazas son cada vez más fuertes el país exige respuestas, de modo que el juego pondrá a prueba sus límites.
Nos encontramos aquí con una novela catalogada como suspenso y bien merece ser considerada así. Comenzamos conociendo un poco quién es Kevin Parson, aspirante a sacerdote, que suele tener charlas interesantes con uno de sus profesores y solo aspira a llevar un poco de bien al mundo. Es peculiarmente curioso e ingenuo para ser un adulto, y no es la clase de persona a la que alguien le atribuiría enemigos... Hasta que la llamada de un tal Richard Slater lo saca de su cómoda y normal vida, haciéndolo resolver adivinanzas un tanto extrañas, o si no las consecuencias serán desastrosas.
Las acciones de Slater contra Kevin llaman la atención de Jennifer Peters, una agente del FBI que actualmente está asignada al caso de un tipo conocido como el Asesino de las Adivinanzas. En parte por trabajo, en parte por justicia personal, Jennifer no tarda en presentarse a investigar, y pronto quiere librar a Kevin de ese sujeto porque sí, le agrada, y porque es su trabajo, claro está.
Por otro lado, aparece en escena Samantha Sheer, una amiga de la infancia de Kevin, también agente de la ley, aunque de otra organización, por llamarlo de alguna forma. Samantha aprovecha unos días de licencia para visitar a su viejo amigo, y al enterarse de lo que le está pasando, no duda en poner de su parte para que todo se solucione, aún cuando tiene un caso propio qué resolver.
Sin embargo, Slater continúa con sus juegos, con sus adivinanzas, insistiendo en que Kevin debe confesar su pecado, a menos que quiera que haya más desastres, con personas heridas... o incluso muertas.
A medida que se desarrolla lo que, para muchos, podría parecer el guion barato de una película de acción, nos vamos enterando de que no todo es completamente como parece, o como debiera ser. Al ir conociendo a Kevin, al enterarnos de algunas cosas de su pasado, nos es irremediable preguntarnos si de verdad tendrá un pecado tan grande como para causar la ira de un psicópata y, de ser así, cómo pudo suceder. Por otro lado, comienzan a haber incoherencias en torno al actuar de Slater, ¿errores, tal vez? Y Samantha, que debe ir y venir por motivos de trabajo, está dispuesta a lo que sea para salvar a su mejor amigo, realmente a lo que sea, ¿pero será suficiente?
La situación no hace más que revolver en las memorias de Kevin el pasado que con tanto ahínco ha intentado superar, en el cual tal vez esté ese suceso que Slater quiere que confiese, pero del que no sabe si podrá hablar. A fin de cuentas, ¿quién divulgaría de buena gana los males que haya hecho, fueran o no intencionales? La situación es para poner al límite a cualquiera, más a alguien como Kevin, como no se tarda en descubrir.
—¿Y quién soy yo, ah? —preguntó él, desesperado —Contéstame eso. ¿Quién soy? ¿Quién eres tú? ¿Quién es nadie? ¡Somos lo que hacemos! ¡Soy mi pecado! Si quieres conocerme entonces tienes que conocer mi pecado. ¿Es eso lo que quieres? ¿Que ponga todo secretito sucio sobre la mesa para que puedas analizarlo minuciosamente y así conocer a Kevin, el pobre espíritu atormentado?A través de esta historia, Dekker nos presenta una eterna y esencial batalla que vemos a diario, aunque con una perspectiva poco profundizada: el bien contra el mal... y la atribulada alma humana que puede contener ambas fuerzas, sin saber si decidirse por una de ellas.
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