Autor: Alexandre Dumas (padre)
Año de publicación: 1844.
Los tres mosqueteros es un hermoso canto a la amistad. El vínculo que une a los tres mosqueteros con el joven aspirante (mosquetero también él más tarde) aparece ante el lector como espejo de lo que debe entenderse como real camaradería. Ese darse por entero si el amigo lo necesita, esa comunidad de intereses y de gustos (por encima de las diferencias de idiosincracia), esa capacidad de gozar y arriesgarse juntos, y de sufrir sin separarse nunca, es el gran secreto de esta novela.
A estas alturas del siglo XXI, es mundialmente conocida la frase emblemática de los protagonistas de la novela que nos compete en la presente entrada: "¡Uno para todos y todos para uno!". Mucho se ha dicho ya acerca de esos valientes caballeros que, arriesgando la vida, cumplían con un deber que sobrepasaba las expectativas de cualquier civil. Sin embargo, ningún daño hace que las nuevas generaciones sepan acerca de una de las obras literarias que más ha influido en la gente desde hace siglos.
Un joven d'Artagnan llega a París en aquellos años que Luis XIII reinaba Francia y el cardenal Richelieu era el más competente de sus allegados. El muchacho carga con una carta de su difunto padre, la cual es sumamente valiosa para él por estar dirigida al actual jefe de mosqueteros, Trévílle, recomendándolo para ser parte de tan ilustre grupo de hombres. Sin embargo, en su camino hacia Tréville, d'Artagnan tiene el infortunio de tropezar con ciertos personajes contra quienes debe batirse en duelo... o al menos lo intenta.
—El señor es con quien me bato —dijo Athos indicando con la cabeza a d’Artagnan y saludándole ligeramente.
—Con él me bato yo también —dijo Porthos.
—Pero a la una —contestó d’Artagnan.
—Y yo también me bato con este caballero —agregó Aramis llegando a su vez.
—A las dos —repuso d’Artagnan con la misma calma.
—Y, ¿por qué te bates tú, Athos? —preguntó Aramis.
—Lo ignoro; me ha lastimado en el hombro.
—¿Y tú, Porthos?
—Yo me bato porque me bato —contestó Porthos poniéndose encarnado.
Athos, a quien nada se le escapaba, observó una ligera sonrisa en los labios de d’Artagnan.
—Hemos tenido una disputa sobre modas —dijo el joven.
—¿Y tú, Aramis? —preguntó Athos.
—Yo por una cuestión de Teología —repuso Aramis, pidiendo a d’Artagnan con la mirada que guardase el secreto del duelo.
Athos vio pasar una segunda sonrisa por los labios de d’Artagnan y dijo.
—¿Es cierto?
—Sí, un punto de San Agustín sobre el cual no estábamos de acuerdo —contestó el gascón.
Al final de aquella peculiar escaramuza en calles parisinas, los singulares Athos, Porthos y Aramis terminan convirtiéndose en amigos de d'Artagnan más allá de lo que mucha gente puede creer posible, más considerando las visibles diferencias que poseen. ¿Es acaso realmente posible que cuatro hombres, cada uno con sus cualidades y defectos, puedan llegar a estimarse tanto en por sus habilidades como por sus personalidades?
Pero eso no es todo, sino que sus vidas se van entrelazando al hacerle frente a dificultades que no solo los afectan a ellos, sino que de inesperada manera, cambian el curso de la historia conocida. En aquellos tiempos, Francia e Inglaterra no estaban en los mejores términos, hecho que Dumas aprovechó para desarrollar una serie de intrigas que envolvieran a sus personajes, tanto los buenos como los malos, haciendo que poco a poco caminaran por el sendero que les tenía destinado, ya fuera de buena o mala fortuna. Y precisamente las intrigas eran las causantes de malentendidos y atrocidades pues, demasiado tarde, se descubrían las verdaderas mentes malévolas que causaban las desgracias.
El guardia que había vuelto a la primera descarga de los de la Rochela había anunciado la muerte de los cuatro compañeros; por tanto, fue extraordinario el asombro y el gozo en el regimiento cuando vieron al joven gascón aparecer sano y salvo.
D'Artagnan explicó la estocada de su compañero por una salida que inventó. Refirió la muerte del otro soldado y los peligros que habían corrido, y aquella relación fue para nuestro joven ocasión de un verdadero triunfo. Todo el ejército habló de esta expedición durante un día entero, y el duque le hizo dar las gracias.
Además, como toda bella acción trae consigo una recompensa, la que acababa de hacer d'Artagnan tuvo por resultado el volverle el alma que había perdido. En efecto, el joven podía creer estar tranquilo, pues de sus dos enemigos, uno había quedado muerto, y el otro estaba adherido a sus intereses.
Esa tranquilidad demostraba que d'Artagnan no conocía todavía a Milady.
Así las cosas, ¿acaso no dan ganas de sumergirse por unos maravillosos instantes en aquella época llena de caballeros con espadas, astutos métodos para obtener poder y damas tanto puras como ruines? Aquella Francia ya no existe, pero se tiene el recuerdo vivo, gracias en su mayor parte a Dumas y sus excepcionales obras.
Sobre el autor.
Alexandre Dumas (Villers-Cotterês, 1802) fue un conocido dramaturgo y novelista francés. En ocasiones se le confunde con su primogénito, también llamado Alexandre e igualmente escritor, por lo cual la mayoría de los artículos que lo citan suelen agregar "padre" para referirse a él (en francés, père). Autor verdaderamente prolífico, hay en su haber varias obras teatrales de éxito en su época (Enrique III y su corte, Antony) y algunas de las novelas francesas más conocidas del mundo: Los tres mosqueteros, Veinte años después, El vizconde de Bragelonne (llamadas estas tres "las novelas de D'Artagnan") y El conde de Monte-Cristo, que dicho sea de paso, han sido objeto de numerosas adaptaciones a la televisión y al cine, entre otros formatos. Murió en Puys, en 1870.
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