Hace unos meses, una colega de la oficina me hizo una pregunta de lo más curiosa, ¿a qué hora lees? La duda surgió debido a que, en mi bolso, suelo cargar varios objetos de forma cotidiana, entre ellos un libro, y ese día en particular iba con un volumen de tamaño considerable: Tormenta de Espadas, de George R. R. Martin. Obviamente, por el grosor del ejemplar y con las labores que desempeño, esa colega quería saber mi horario de lectura y se lo comenté a grandes rasgos, con lo cual concluyó que se nota, a leguas, que leer es uno de mis pasatiempos favoritos (por no decir uno de los principales).
Eso me llevó a fijarme en que hay chicos y chicas que, en cierta forma, son afortunados y aún así, no están conformes.
Sí, hablo de ti, ingenuo adolescente que te quejas de no tener dinero para leer, o tiempo, o novedades de verdad interesantes... ¿Qué crees? No sabes nada (y no, no tengo complejo de Ygritte).
Te habla una adulta, alguien que hace mucho que dejó atrás los días de correr de las aulas en cuanto sonara la campana, llegar a casa, ponerse con la tarea y luego hacer el vago. Tu servidora es una adulta que apena recuerda lo que son vacaciones (pero de esas largas, larguísimas, que duraban meses incluso), lo que es desvelarse el viernes por la noche sin preocupaciones y lo que se siente ahorrar por semanas y semanas solo para obtener algo que tus padres, tan insufribles, se niegan a comprarte.
Verás, cuando te conviertes en adulto (y no hablo de la edad legal, precisamente) adquieres un montón de derechos, ciertos, pero también bastantes responsabilidades. Ya sea que vivas solo, formes tu propia familia o continúes en la casa paterna, sabes que ya te pedirán (de hecho, te exigirán), que la mayoría del tiempo te valgas por ti mismo.
¿Ese pequeño discurso a qué viene? A que tú, que todavía dependes de otros para muchas cosas, no puedes ver las ventajas que tienes.
Un adulto hecho y derecho tendrá cosas qué hacer a lo largo del día. No importa si es un oficinista con un estricto horario entre cuatro paredes, o una señora ocupada con su casa, su esposo y sus hijos; e incluso alguien con una ocupación tan soñada que con ella consiga portadas de revistas y millones en tu cuenta bancaria. Me estoy acercando al punto, ¿te das cuenta?
Los adultos ganamos dinero, el cual podemos gastar en lo que se nos dé la gana, pero a la vez tenemos unos horarios tan ridículamente complicado que apenas disfrutamos de ese dinero.
Y eso me lleva a la lectura.
Tu servidora se considera lectora empedernida casi desde que aprendió a hacerlo (leer, se entiende). En aquel entonces, era como tú, que te crees demasiado mayor para que anden recordándote lo que debes y no debes hacer pero a quien siguen preparándole la comida, arreglándole la ropa y comprándole varios de sus caprichos. En fin, me inculcaron que si quería algo, tenía que ahorrar para conseguirlo y así me hice, poco a poco, de algunos de mis primeros libros, los cuales todavía conservo en buen estado.
Así fueron las cosas hasta que tomé mis documentos que acreditaban el estudio de una carrera profesional y me lancé de cabeza al mundo real, en busca de un empleo.
Los adultos nos enfrentamos a una infinidad de problemas allá a donde vamos a ganarnos la vida. Nunca falta un jefe gruñón, un colega fastidioso, un subordinado negligente... Son varias las cosas que pueden hacer que perdamos la cabeza. Y los que son como yo, con el hábito de la lectura, nos desconectamos de todo eso con el libro en turno, cuando podemos. Sí, leíste bien, cuando podemos. Ya no tenemos el mismo tiempo que antes, otras actividades nos lo han quitado. Y quizá nuestros gustos cambiaran a través de los años de tal forma, que no nos conformemos con lo mismo que de más jóvenes nos fascinaba.
A ti, puberto inestable (por aquello de las hormonas revolucionadas, las incertidumbres y las complicaciones de la vida diaria), te pido que respires hondo, dejes de quejarte por un segundo y mires a tu alrededor. Me alegra que te guste leer, ¡así que disfrútalo! Ahora puedes ponerte a ello por horas seguidas, incluso días, y espero que lo valores cuando tu tiempo, tu energía y tu atención estén en manos de un jefe, de un camarada, de una fecha de entrega.
Porque habemos adultos que leemos. Y nos duele no poder hacerlo como tú.
Me ha encantado la reflexión. Yo intento aprovechar mi tiempo de lectura lo que puedo. ;)
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