¿Cuál parece ser la constante en cualquier serie de consejos sobre escribir? El hecho de que hay que leer mucho. No importa quién lo diga, no importa quién lo repita; ésta parece ser la convergencia en todos aquellos que son tan osados como para atreverse a dar un consejo. Comparémoslo con algo: en cualquier carrera técnica o que involucre alguna ciencia exacta, las personas, los aprendices, aprenden (por experiencia empírica o a priori) los fundamentos de su ciencia; es así como el doctor sabe dónde y cómo abrir de manera limpia con el bisturí a alguien, es así como el geólogo sabe cómo medir patrones en la tierra, o terremotos, y podemos seguir y seguir. Se les enseña y ellos han de pasar por un largo período de aprendizaje antes de estar listo. Pues algo similar pasa con la escritura, salvando una principal diferencia: mientras que los estudiosos de la ciencia exacta suelen tener un sólo método, una sola manera de llegar al objetivo, en la escritura hay diferentes y variados caminos para llegar al fin último.
Ahora, lo que sucede es que mientras que las enseñanzas en alguna exacta pueden que sean ya inalterables (aunque consideremos esta tesis por un momento: no hay tal cosa como el conocimiento inalterable. Siempre habrán avances que ayudarán a ver lo pasado desde otra perspectiva, ayudarán a hacerlo de otra manera, o ayudarán a mejorar), mientras que en cualquier ámbito subjetivo la ley que nunca se rompe es el constante movimiento, el constante avance de las cosas. Lo que interesaba a las personas hace cincuenta años no es lo mismo que le interesa hoy y hay que saber darse cuenta de esto. Esa es una de las razones por las que el requisito indispensable de cada escritor, o de cada intento de él, es leer, si no igual, mucho más de lo que escribe. Y si es de su género, mejor aún.
¿Por qué? Porque al estar al tanto de lo que se ha producido y produce en algún género específico (perfiles de personajes, tipo de tramas, cómo van del punto A al punto B, entre otros) hará que sea más difícil que caigas en dichos tópicos. Digamos que es la forma tanto de no quedarse obsoletos como de no repetir lo que otros han repetido hasta el hartazgo. O, y aquí entra la esencia de cada cual, conseguir cómo darle la vuelta a la tortilla y enfrentar el tema, personaje o trama desde una perspectiva poco o nada vista, eso, les aseguro, no los hará parecer como que repiten las mismas variables, decisiones y demás que se repiten en tanta literatura una y otra vez. Es requisito indispensable conocer, aunque sea de manera poco pronunciada, el camino por el cual te meterás, que ninguno de nosotros es un genio. Y seguramente los genios terminaron siéndolo sin saberlo y, afrontémoslo, la posibilidad de que eso pase es casi nula. Como uno de los ídolos de cierta amiga alguna vez le dijo: (parafraseando) Escribir mucho y enseñar poco [de lo que escribes] es bueno, quizá algún día con suerte escribamos algo de lo que merezca la pena sentirse orgulloso.
Pero, cómo explica Stephen King en su libro «Mientras escrbo», la verdadera cosa acerca de cuánto y qué leer, está en que los libros que más nos enseñan son los malos. King explica que son estos libros, «los malos», los que nos enseñan qué NO se debe hacer (por poner varios ejemplos, tríos amorosos con dramas insustanciales, drama adolescente insustancial y cliché, personajes que vencen hasta a Dios en el primer combate,...), y de esa manera aprendemos por una especie de experiencia empírica qué no hacer. Mientras tanto, continúa explicando el autor estadounidense, los «libros buenos» no nos enseñan más que el estilo, la forma de expresarnos. En resumen, los malos nos enseñan qué no hacer, y los buenos nos enseñan cómo presentar lo que sí se debe hacer (¿cuántos de nosotros no leemos un libro fijándonos en la manera en que está presentada la historia, en cómo se introduce el lenguaje artístico a la narración?).
Sin embargo, no puedo irme sin tratar, aunque sea de manera leve, el tema sobre la buena o no buena literatura. Como todo, es subjetivo; sin embargo, y quizá para nuestra desgracia, hay un consenso arbitrario entre lo que debe gustarnos y qué no. El concederle el término literatura a un grupo selecto no es más que uno de estos consensos. No obstante, recordemos que lo más importante a la hora de escribir suele ser escribir para sí mismo, sin importarle, en un primer momento, sobre si va a gustar o no, sobre si va a estar bien o no. Ya para eso vendrá y habrá tiempo. No olviden que para escribir bien no hace falta ser pretenciosos, o querer contar una historia con una hiper, mega, súper elaborada trama que registra con precisión escalofriante cada pequeño detalle; sólo hace falta querer contar una historia y hacerlo con la mayor sinceridad posible.
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