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22 mar 2013

Reseña: Mujer de tiza, de Daniel Alberto Linares

Título: Mujer de tiza.

Autor: Daniel Alberto Linares.

Año de publicación: 2011.

Sinopsis: El tiempo no cesa: se repite en un ciclo incambiable. Sin embargo, hay aspectos que irrumpen y, como de la nada, la visión se transforma. Una mirada se posa en otra, y a medida que leemos Mujer de tiza descubrimos esa primera imagen como la síntesis de una novela que, en medio de cotidianidades, se abre en un mundo de reflexiones propuestas a partir de situaciones que nos sirven de espejo. Los profesores, los alumnos, las aulas; Daniel Alberto Linares indaga en ellos más allá del papel social que representan, nos introduce en la figura humana y, desnudándola, nos muestra sus virtudes, sus defectos, sus límites. Leemos de un mismo mundo, a los personajes de una colectividad interrogados por un tiempo y su espacio, para descubrirnos en una existencia que fluye «…como si [la] vida misma consistiera en haberse situado en un mismo lugar cinco días a la semana o pensar siempre en las mismas ideas, encerradas en un libro calvo sin nuevos discursos, obsoletos en teorías y practicidades».

«Mujer de tiza» narra la historia de varias historias. No es más que la representación de cómo la escuela, como un ser vivo en sí, influye en la vida, en los pensamientos y en las aspiraciones de quienes allí hacen la loable acción de enseñar a nuevas generaciones. Seguimos la historia de Alicia, en primer lugar, una maestra recién jubilada que de pronto se ve sin nada con qué rellenar las horas que otrora llenaba con clases; de Santos, el esposo de Alicia que va a pasar por una especie de crisis de mediana edad; de Lucio, el hijo de ambos, que ha dejado preñada a la novia y que vendrá a ser la representación tangible del fracaso de Alicia y de Santos como padres; y, por último, de Aguola, la recién contratada maestra de ajedrez en la escuela donde trabaja Alicia y aún trabaja Santos.

Compré este libro antes de que el 2012 terminase, y lo leí comenzando el 2013. Esta novela explora la vida de una escuela dentro de algún pueblo de Venezuela, muestra los sinsabores que muchas veces viven los maestros, y cómo también sobreviven con las uñas; pero también es un llamado de atención a ese profesional de la docencia que da las clases por darlas, que no nota que es el ente transformador de la actualidad de cualquier país. Es un llamado a cada hombre o mujer de tiza, llenos de métodos ortodoxos y quizá hasta obsoletos y que de nada sirven, para que veamos cómo es hasta responsabilidad de la misma educación que seamos como somos.

El único pero que tiene es que sobre este gran cuento de una maravillosa historia, hay una narración que en ocasiones se vuelve hasta pesada, un estilo de contar la historia que no termina de gustar. Aunque cabe decir que no es a lo largo de todo el libro, sino en aquellos momentos de introspección de algún personaje que hace que el ambiente se vuelva pesado, que parezca como que a cada línea se le va añadiendo más y más kilos. Es entendible lo anterior, sin embargo, debido al hecho de la retajila de pensamientos de cada personaje, muy bien estructurados y narrados, cabe decir, pero que nos llenan de palabras y palabras y pareciese que nos inmiscuimos en un cerebro ajeno, lleno de vueltas y de pensamientos y de consideraciones. Quizá lo anterior sea un aspecto positivo que el autor logra, pero hay que ver también que nuestra visión del mundo siempre está limitada, y con un cerebro solemos tener más que suficiente.

La escuela, que es como un ser viviente más, enrrolla con sus tentáculos a cualquiera que haya tenido alguna clase de unión con ella. Parece, como ya he dicho, un ser viviente más, un personaje; condiciona a todos los que están allí de alguna u otra manera, y las tizas convierten a cada maestro en hombres y mujeres de tiza. Es impresionante cómo el autor logra inmiscuirse en los trapos más sucios de la escuela y contártelos, y los critica sutilmente, y nos dice en qué estamos fallando.

Hubo un tiempo muy remoto en el que ningún incesto daba luz, eran sólo unas cosas de puro cascarón y patas, y escucharon decir que en cierto lugar existía un pozo con la propiedad mágica de convertir todos los huevos de todos los bichos en cocuyos, que por muy escarabajo, chinche, birotera o alacrán, apenas bastaba con depositar sus huevos un tiempo en esas aguas para que salieran de ellas animales que alumbran en la oscuridad más grande para maravillar los ojos de cualquiera. Supónganse ustedes, docentes, que llamemos a ese pozo "la escuela de las luciérnagas".
(...)

¡Mi hijo es una sabandija!, gritó el ciempiés. ¿¡Dónde está la luz!? Exclamaban en coro. Chilló la mosca, con sus grandes ojos verdes: ¡Queremos la luz! ¡Que se vea la luz!
―La luz la llevan dentro ―dijo un maestro cocuyo.
―¡Y eso qué importa, tengo todavía una mosca y no un cocuyo! ―bramó la mosca.
El cocuyo miró a sus hermanos, silbó un suspiro y terminó tajante:
―Pero jamás andará entre la mierda.

Una vez leí de alguien, no recuerdo de quién, que la literatura hispanoamericana tiene un sentido muy arraigado: siempre es una crítica social, o es revolucionaria; busca criticar lo que lo rodea. Y en «Mujer de tiza» esta particularidad no podía no estar presente, desde la necesidad de Alicia de buscar algo por lo que vivir cuando nota que lo ha hecho de manera vacía, sin un ideal; hasta los comentarios homofóbicos en cierta reunión en la escuela, hace que la novela grite y grite que algo está pasando y lo peor del caso es que no estamos haciendo nada por resolver eso que está pasando.

De más está decir que, debajo de la narración que me pareció pesada en algunos momentos, está una historia que merece la pena ser leída y recordada.

Sobre el autor:

Daniel A. Linares Rivero (Trujillo, 1980). Docente y trabajador cultural en artes escénicas y medios audiovisuales, ha realizado diferentes actividades en esta área de la investigación. Cuenta con varios cortometrajes y microdocumentales escritor y dirigidos en diversas comunidades del estado Trujillo. Ganador de la Primera Bienal Stefania Mosca con la La flor y sus apóstoles. Ha obtenido reconocimiento por su cuento «El hada y la red» y por el trabajo de investigación Cine, video y comunidad: herramientas para el trabajo comunitario. Con Mujer de tiza ganó el Concurso para Autores Inéditos de Monte Ávila Editores 2010, mención Narrativa. (~De la primera edición de la novela reseñada)

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